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lunes, 4 de julio de 2011

Corpus enim desiderium.

En los lavaderos se agolpaban las vecinas, poco más abajo los chiquillos se zambullían en la charca de agua jabonosa.

Recostado sobre el tronco de un viejo sauce, Don Ignacio esperaba con pasmosa paciencia la visión de unas pantorrillas repletas de varices.

Mientras se desgarraba la sotana recordó que el alzacuellos era prestado y que su cuerpo prisionero de votos no dejaba de ser un amacijo de huesos enredados en la carne. Lloró en silencio. Un alarido desgarrador acompañó a un torrente blanquecino que en un instante se mimetizó con la hojarasca reseca del pecado.

Al caer la tarde dirigía la oración. Con las manos entrelazadas saboreaba aún los aromas del placer, ahora más cercanos en las piadosas miradas de las lavanderas transformadas en beatas. Su corazón dio un último vuelco antes de abandonar un alma sin cuerpo y recorrer la distancia que separaba el reclinatorio del tálamo parroquial.

...Sumptis munéribus, quæsumus, Dómine: ut cum frequentatióne mystérii, crescat nostræ salútis efféctus. Per Dóminum.